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50 circos invaden la capital este mes. Pero no todo es show y lentejuelas. Si ver un circo es divertido, para sus dueños instalarlo es una procesión de trámites municipales y una odisea de amor-odio con las autoridades, antigua y feroz.
En el Departamento de Inspección de la Municipalidad de San Miguel todos se vuelven a mirar a un hombre de 1,87 m de altura y botas vaqueras -con cuero de vaca hacia afuera- que entra dando zancadas como si anduviera por Texas. Es Joaquín Maluenda, el gerente del circo Los Tachuelas, que va a pagar un parte por "uso indebido de la vereda" en calle Isabel Riquelme, paradero 1 de Gran Avenida, donde instaló su circo este mes.
Los reclamos de los comerciantes se escuchan desde el pasillo, pero Maluenda sigue el ritmo de una radio con sus botas vaqueras y tamborilea con sus manos cargadas de anillos de oro. "Uno ya está curtido", dice. "Son años de circo. Lo único que me preocupa es que en el debut salga todo bien".
Paga el parte de $ 20.000, se embolsa la colilla y va a la dirección de obras con un papel del Serviu, que indica que no tiene impedimento para que sus camiones se estacionen en la calle. Timbres van, timbres vienen y el asunto se archiva. Días después volverá al departamento de Inspección para insistir en que le midan el cartel que da hacia la Gran Avenida. Debe pagar $ 8.400 por m2.
"Tengo que llevar al inspector personalmente, porque si no ellos mismos me van a sacar un parte", dice, sin entender la burocracia que se pisa la cola.
La extraña relación amor-odio entre los circos y las municipalidades es un cuento viejo. "Si al alcalde le gustaba el circo, nos ponía en la Plaza de Armas y nos daba todas las facilidades; si no, nos tiraba a la línea del tren o nos tapaba de multas y trámites", dice Maluenda. Ahora bien: si el circo además tiene animales amaestrados, la cuesta burocrática será casi imposible de subir.
Desde el año 2007, cuando se aprobó la Ley 20.216 de Fomento al Circo Chileno, los alcaldes ya no pueden rechazar la instalación de un circo como antes, que quedaba al arbitrio de cada uno.
Ahora la ley obliga a las municipalidades a aceptar la instalación de estos espacios de entretenimiento con o sin animales, y siempre y cuando cumplan las normativas y ordenanzas. "Ahí está el truco", dice Maluenda. "Nos tapan de papeles". El espectáculo de los Tachuelas tiene cinco tigres de bengala, dos camellos y un trío de ponys. La elefanta Ramba les fue retirada hace dos años tras un sinfín de protestas.
Según el Sindicato Circense de Chile, hay 189 circos en el país y en septiembre, 50 de ellos se ubican en Santiago. Pero instalarse en la capital es una carrera contra el tiempo. El que llega primero y ofrece más, se queda con la mejor ubicación. Los más grandes empiezan en marzo a luchar codo a codo por los mejores sitios municipales. Los Tachuelas, que desde hace seis años se instalaban en Av. General Velásquez con Alameda, en un terreno de la Cámara Chilena de la Construcción, este año llegaron segundos: ganó la licitación una sociedad de los circos Universal, con una postura de casi $ 50 millones.
En abril, Maluenda salió personalmente -como muchos dueños de circo- a cazar otro sitio cerca del centro. Hasta que encontró la plaza Isabel Riquelme en Gran Avenida Paradero 1, a pasos del Metro Franklin. Elevó la solicitud al alcalde de San Miguel. En mayo obtuvo la respuesta. Entre mayo y agosto, semana a semana, presentó los papeles que iban requiriendo. Uno al Ministerio de Bienes Nacionales para usar la plaza Isabel Riquelme; del Sesma, para la instalación de las casas rodantes; del Serviu, para usar la calle; del SAG, para los tigres amaestrados; de la Dirección de Obras Municipales, para aprobar los planos de la carpa; de la Dirección de Tránsito, por los accesos; del Departamento de Inspección por los carteles y veredas; y del Departamento de Salud por los alimentos.
También entrega curiosos requerimientos, como uno del Ministerio de Obras Públicas, explicando que el uso de la plaza en septiembre "no interfiere" con la remodelación que se hará en diciembre.
"Un circo debe cumplir con las mismas exigencias que un local establecido", dicen escuetamente en el Departamento de Inspección de la comuna de San Miguel. Pero el alcalde de esa comuna, Julio Palestro, no quiere hacer declaraciones, pero informa a través de sus asesores que "sólo hace cumplir rigurosamente" el reglamento, porque tiene un compromiso con agrupaciones de defensa animal de no permitir circos con especies amaestradas en su comuna.
Una semana antes del debut, con la carpa ya instalada, un llamado del municipio despertó a Joaquín Maluenda. Desempolvando ordenanzas, encontraron que debían pagar un permiso especial de uso de bien público de $ 8 millones. "Tómelo o déjelo", le dijeron. Ese mismo día, a las 10 de la mañana, entraba zapateando con sus botas vaqueras a dejar un cheque cruzado en el mesón municipal. "Hay que tener nervios de acero", dice.
"Eso no es nada", cuenta. En febrero, tuvo que presentar un recurso en la Corte de Apelaciones de La Serena, pues el alcalde de esa ciudad, quería revocar el permiso el día del estreno, "porque usábamos tigres amaestrados".
Otras municipalidades como La Granja, Independencia o Estación Central piensan lo opuesto. Pugnan por atraer los mejores circos. Desde 1985, cuando el terremoto demolió el cine que estaba en la esquina de Av. General Velásquez con Alameda, ese sitio eriazo se convirtió en el emblema del circo en Santiago. "Es un criterio que va más allá del alcalde. Queremos que ésta sea la comuna de los circos", dice Carlos Espinoza, asesor del alcalde de Estación Central. Pero tampoco es gratis: los permisos ascienden a $ 240.000 semanales.
A las 2 de la tarde, una vez que las oficinas municipales y gubernamentales cierran y Joaquín Maluenda ya no puede hacer más trámites, regresa al circo a afinar detalles del show. "Frunce el ceño", le grita a Jano, el controlador del King Kong hidráulico de ocho metros, hecho en México. "Pon cara de furia", dice. "Golpéate el pecho", agrega. El impresionante gorila va obedeciendo poco a poco.
Llaman a Maluenda de una radio. De un matinal. Lo llama el presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, para interceder con el alcalde de San Miguel.
-Ya, no hay problema, diputado- le responde Maluenda. -Todo se aclaró, gracias, venga al show-, le dice invitándolo.
Lo llama su contador por las cotizaciones de AFP de los 120 trabajadores. Lo llaman de la Iglesia Católica, pues comprometió al arzobispo Ezzati para bautizar la nueva carpa. Lo llama el cuidador de la elefanta Ramba, en La Pintana, y le cuenta que la próxima semana se la llevarán al zoológico de Rancagua por un acuerdo con la fiscalía de San Bernardo. El levanta los hombros resignado a perderla: "Pronto ya no quedarán circos con animales".
Va llegando la noche, se acerca la hora del debut. Toma un café de pie. Cierra el computador. Ordena los archivadores con partes municipales. Se saca los cuatro anillos de oro, los dos collares de 24 kilates, y con alivio se saca por fin las botas vaqueras -con cuero de vaca hacia afuera- y se pone dos zapatos negros de 70 cm de largo. Es ahora el conocidísimo Tony Tachuela. Se maquilla la cara con la música ya retumbando, cierra la oficina y junto con las bailarinas, salta al escenario.
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