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Todo lo que ha llegado a nuestros días de Marcelino Orbes, la estrella del firmamento de Broadway que, según es tradición en el mundo del circo, inspiró a Chaplin el uso del bastón para su Charlot, es información inconexa, a menudo contradictoria. El propio clown fue muy celoso de su intimidad. No conversaba sobre su vida privada, incluso jugaba al despiste cuando hablaba de sí mismo. Durante su estancia en Nueva York eligió Newark para vivir. Un lugar tranquilo, alejado de los teatros.Y nadie en el vecindario sabía que aquel hombre bajito que abandonaba su casa en silencio se convertía, poco más tarde, en la gran estrella del mayor teatro del mundo, el Hippodrome.
Era, en realidad, Isidro Marcelino Orbes Casanova, un aragonés que vino al mundo el 15 de mayo de 1873, en el seno de una humildísima familia de Jaca. Nació en el 13 de la calle del Castellar. La familia de su padre, Manuel, era de Zaragoza capital; y la de su madre, Juana, de Bailo. Treinta años más tarde, el hijo de aquel peón caminero analfabeto se había convertido en el mejor payaso del mundo. Cómo lo logró también es un misterio.
La familia emigró pronto a Barcelona, aunque volvía periódicamente a Zaragoza. Y en la capital aragonesa se produjo el flechazo. Marcelino descubrió que quería ser payaso. Luego contaría algunas leyendas inverosímiles: que se durmió en la jaula de los leones y que cuando despertó estaba muy lejos de casa, que se presentó al jefe de pista y le ofreció sus servicios...
Lo más probable es que el muchacho se empeñara en enrolarse en el circo y que su familia acabara cediendo a sus deseos. Grandes figuras, desde Sarrasani a Grock, tuvieron comienzos parecidos. Marcelino empezó colocando las sillas en el circo Alegría, que a finales de siglo era el mejor de España y que periódicamente actuaba en Barcelona, Zaragoza, Valencia y Palma, y allí se fue fraguando como acróbata. Quería ser payaso, pero sus mentores le hicieron acróbata. De España, y aún muy joven, dio el salto a Europa. Y recorrió el continente casi por completo: Francia, Alemania, Italia, Holanda, Bélgica...
En una de sus actuaciones le “fichó” uno de los ojeadores del Hengler británico, gloria de circo de finales del XIX. Y a Gran Bretaña. Allí, poco a poco, fue despojándose de las acrobacias para adoptar el chaqué y la pajarita, en favor de ese rol de “augusto” que causaba sensación en Europa. Triunfó con el Hengler en Liverpool y Glasgow, y el siglo XX le sorprendió en Londres, en el recién inaugurado Hippodrome. Fue, en una ciudad cuajada de teatros, el número uno, “El ídolo de Londres”, le llamaban. Compartió cartel con un Chaplin niño que daba sus primeros pasos en las tablas, con los Fratellini, con Houdini... Y a todos les eclipsó. De allí, en 1905, a Nueva York, al Hippodrome que se acababa de construir para asombro del mundo.
En el Hippodrome de Broadway, fue, también, el número uno. A los pocos meses de su debú ya había firmado un contrato para el resto de su vida, a razón de mil dólares semanales. Pero, como suele ocurrir con los astros aragoneses del mundo del espectáculo, su estrella se eclipsó rápidamente. A principios de la década de los 10 empezó a declinar. Intentó montar su propia compañía pero fracasó a las primeras de cambio. Decidió retirarse, abrió un restaurante, se arruinó. Salvó los restos del naufragio y montó otro restaurante. También fracasó.
Así que decidió volver a los escenarios. El éxito no le acompañaba y cada vez se le iban cerrando más puertas. Entró en la compañía de payasos del Barnum and Bailey en 1918 y en la del Sells Floto en 1920. Pese a tragarse el orgullo herido, tampoco ahí encontró hueco. Luego vinieron las pequeñas salas de espectáculos, los bares donde actuaba casi por unos centavos. Y, a principios de 1927, ni eso. Isidro Marcelino Orbes Casanova acabó pegándose un tiro en una habitación de hotel el 5 de noviembre. Triste, solitario y final. Y su estrella cayó en el olvido.
LA FATALIDAD
Fue una estrella perseguida por la fatalidad. Marcelino Orbes tuvo, como acróbata, un gravísimo accidente que estuvo a punto de retirarle de las pistas. Sus negocios fracasaron, sus inversiones en inmuebles fueron ruinosas, acabó separándose de su mujer, Ada Holt. Incluso el barco en el que viajó a La Habana en 1918, y cuyo manifiesto de embarque fue definitivo para fijar su nacimiento en Jaca, acabó años más tarde sufriendo un gravísimo incendio.
Pero lo que periodistas y críticos norteamericanos han destacado siempre fue el destino trágico de Slivers Oakley. En sus tiempos de gloria, Marcelino nunca quiso actuar con nadie. Sólo se avino a compartir escenario con Slivers, que en 1905-1906 era considerado como el mejor payaso de Norteamérica. Aunque no llegaron a congeniar, juntos lograron un gran éxito. Pero Slivers enloqueció por el amor de una jovencita, Viola Stoll, y acabó suicidándose en 1916. Marcelino se quitó la vida once años más tarde.
TRIUNFO
Marcelino triunfó en la meca del espectáculo a principios de siglo, Nueva York, y en el que durante mucho tiempo fue el mayor teatro del mundo. El Hippodrome fue el sueño, hecho realidad, de dos magnates del espectáculo: Thompson y Dundy. Querían “democratizar” las artes escénicas y ofrecer al público espectáculos de gran calidad a precios muy populares. Pero estas dos premisas llevaron el Hippodrome a la perdición, y en pocas décadas tuvo que cerrar y fue demolido. Lo arrasó el cine.
Para ofrecer lo mejor a precios populares tuvieron que construir un teatro de 5.200 localidades. Y, para llenarlo dos veces al día, se veían obligados a presentar producciones increíbles, algunas de ellas hasta con 1.000 bañistas en el inmenso tanque de agua central. Durante sus primeros cinco años de existencia, 1905-1910, Marcelino fue el principal atractivo. Los neoyorquinos, según relatan los críticos, no decían: “Vamos al Hippodrome”, sino “vamos a ver a Marceline”.
SIN PISTAS
Nada queda en Aragón de Marcelino Orbes. Sin embargo, esta figura del mundo del espectáculo, aún por reivindicar y por ubicar en su justo lugar en la historia de las artes escénicas, era un aragonés por los cuatro costados. Sus abuelos paternos, Manuel Orbes y Juana Ferrer, eran de Zaragoza capital, donde también nació su padre. Aunque su abuelo había fallecido antes de que naciera Marcelino, el futuro clown que asombró al mundo pasó largos periodos viviendo con su abuela Juana en Zaragoza. Fue allí donde entró en contacto con el circo, y probablemente de esta residencia en la ciudad bañada por el Ebro proviene la confusión acerca de sus orígenes. Periódicos, revistas y libros de principios de siglo aseguran que nació en Zaragoza, y no hablan de Jaca. Pero la familia, por parte de madre, provenía de la provincia de Huesca. Su madre, Juana, había nacido en Bailo, donde residían sus padres, Félix y Manuela, cuando nació Marcelino.
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