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No siempre los espectáculos circenses se han presentado en Bilbao bajo la clásica carpa. Uno de los escenariosestables menos conocidos es el Circo de la Concordia, levantado a finales del siglo XIX en el solar que hoy ocupa la Sociedad Bilbaína en la calle Navarra, gracias al interés del empresario y director circense portugués Gil Vicente Alegría y a su primera estrella del espectáculo y esposa, la riojana Micaela Ramírez. Este matrimonio, que desde 1879 poseía en Barcelona el Circo Alegría, con capacidad para 3.000 personas, montaba espectáculos que recorrían no sólo la península, sino también diversos países, principalmente a Italia, cosechando triunfos multitudinarios. Aquel coliseo fue además el punto de partida para las grandes sagas circenses españolas.
Fue el carácter emprendedor de Gil Vicente lo que propició la expansión del espectáculo circense por los más apartados puntos del país. Dispuso de muy buenos artistas, tanto nacionales como extranjeros, y con ellos creó varias compañías que rotaron por nuestra geografía. Sus payasos eran los mejores del mundo y baste como ejemplo los míticos nombres del torero frustrado italiano Antonet, del augusto suizo Grock y del mítico inglés Tony Grice. Tras ofrecer varias sesiones en el ruedo de la Plaza de Toros de Vista Alegre con el éxito esperado, el empresario decidió crear un circo estable en la Villa. Concedidos los permisos pertinentes, levantó un edificio adaptado a su tipo de espectáculos en terrenos de La Concordia, ubicación que sirvió para la denominación popular de lo que oficialmente se llamaba Circo Alegría.
La inauguración tuvo lugar hace ahora 120 años, el jueves 17 de agosto de 1893, uno de los días que más calor hizo en la Villa aquel año. Ignorando esta circunstancia, el empresario se volcó en aquella primera sesión que empezó a las ocho y media de la tarde y a la una de la madrugada aún no había acabado. Los espectadores, entre los que suponemos a numerosos niños, tuvieron que acabar poco menos que fritos. Aquel multiespectáculo estuvo compuesto por los siguientes números: Juegos aéreos de Mr. Henry, los telegrafistas Magdaleine y Tomy, los reyes de las barras fijas Rothers y Whiteley, la familia Washington, los guitarristas Hermanos Cañadas, los leones del Sr. Veltrán y clowns musicales. A pesar del calor soportado en el interior, el público asistente coincidió al afirmar que aquel caserón de madera, era “bastante elegante y está bien alumbrado con focos eléctricos y luces de gas”. El Circo de La Concordia trajo de Madrid uno de los números circenses que mayor éxito tenían por allí, la adivinadora Mlle. Krep’s que se vino con su ayudante, Mr. Krep’s, para dejar a los bilbainos boquiabiertos con sus facultades mentales. Debutó el viernes 11 de mayo de 1894 a sala llena y se le prolongó el contrato. Fue tal la repercusión que el viernes 18 de mayo acudió a verla el general Polavieja, comandante general del 6º Cuerpo del Ejército, que quedó, tanto él como su señora, impresionado por la vidente. Por el Circo de La Concordia pasaron, por supuesto, ejecutantes de barras, malabaristas, cuadrillas de caballos, etc., pero hubo algunos números que hicieron época. Un ejemplo, los clowns The Browns, artistas que debutaron el sábado 19 de mayo de 1894 y que dejaron pasmado al público cuando salieron a la pista. Era una pareja que sólo tenía una pierna cada uno. En el Circo Parish, de Madrid, habían triunfado plenamente y no era de extrañar. Sus difíciles y arriesgados números pusieron en pie a los espectadores en más de una ocasión. Muchos, conmovidos por lo que estaban viendo, no cesaron de premiar con su aplauso la destreza de aquella pareja que, con admirable soltura, saltaba por una porción de sillas, ya juntas, ya separadas. El colmo llegó cuando Mr. Brown saltó por encima de un caballo. Otro artista sin par fue Mr. Rivalli “el hombre incombustible”. Trabajaba con fuego y sin quemarse. Sacaba de un hornillo varios hierros candentes y se los pasaba por todo el cuerpo como si nada. Culminaba el numerito mordiendo y lamiendo la pieza al rojo vivo como si de un pirulí de La Habana se tratara. No contento con esto, sacaba de la fragua otro hierro y lo partía dentro de una jaula rodeado de llamas. Las manos del respetable se ponían rojas de tantos aplausos como le dispensaron.
Una de las características de este circo fueron las puestas en escena de diversas pantomimas que representó la compañía de Eduardo Díaz, un ex miembro de la cuadrilla del diestro sevillano Reverte que se había metido a gimnasta en la especialidad de barra formando compañía con toda su prole. Debutó el martes 22 de mayo de 1894, en una noche nada apacible, pero a sala llena. Estrenó la pantomima La feria de Sevilla, pródiga en ambiente jaranero con Virginia, Julieta, Trinidad y Constanza Díaz como bailaoras de seguidillas y sevillanas, y el propio Eduardo lidiando un becerro de Orozko en cada sesión y dejando participar a los espectadores en los mandobles, lo que daba pie a numerosos lances cómicos. Al bicho no se le mataba, por lo que acabó aprendiendo latín en aquella pista. Aquella pantomima fue un éxito tremendo y se representó en numerosas ocasiones. Hubo otros títulos, como La guerra de África, un episodio militar ejecutado con todo tipo de detalles, pero ni de lejos tuvo el triunfo de la anterior.
Uno de los números más increíbles que se presentó en este circo lo protagonizó el jueves 7 de junio de 1894 el notable gastrónomo Vítreo, “el hombre avestruz”. Desconozco el por qué de avestruz, porque la cabeza no era precisamente lo que escondía al presentarse como tragador de toda clase de objetos de metal, madera, cristal, etc. Se comprometió a degustar en cada sesión y ante el distinguido público el siguiente menú que repartió entre los espectadores a guisa de carta: Potage: Sopa de serrín con petróleo en llamas. Hors d’oeuvre: Croqueta de carbón de encina. Poison: Cáscaras de ostras de Santander. Enfrees: Pasteles de carbón de coke. Roti: Una vela de cera. Legumes: Purée de ceniza de lumbre. Fromage: Jabón blanco fenicado. Entremets: Pouding de carbón de piedra. Dessertre: Pipas de fumar de barro. Vins: Chateaux petróleo. En lugar de la danza del vientre, Vítreo prometió hacer la digestión con un baile sobre 150 botellas rotas. ¿Quién podía resistirse ante semejante tragaldabas? El circo se llenó esperando tanto que reventara su panza como que destrozara suspies, pero al final, el bueno de don Miguel, que era como realmente se llamaba el artista, no acabó de agradar al respetable porque el espectáculo resultó demasiado desagradable. Mil ochocientos noventa y cinco fue el último año de vida tanto para el Circo Alegría de Barcelona, que acabó convirtiéndose en el Teatro Tívoli, como para el bilbaino Circo de la Concordia que, por venta del solar, acabó sus días el domingo 24 de marzo con la actuación de la Compañía Gimnástica de la Srta. Navas.
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