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Mesterlich (ES): un funambulista de leyenda

Agosto de 1947.
En esa fecha Miguel Estelrich Perelló (Santa Margarita  -Mallorca- 1913) pudo llevar a la práctica su espectáculo con el cual dio prácticamente la vuelta al mundo. Tras cuatros años de ideas, ilusiones, proyectos, pruebas y ensayos al fin pudo lograrlo. La idea que le había brindado un amigo suyo, Eduardo Pagés, cuatro años antes de ver si era capaz de cruzar con su bicicleta las plazas de toros de torre a torre por encima de un cable sin ningún tipo de protección,  la pudo llevar al fin a práctica. Miguel Estelrich, cuyo nombre artístico fue desde entonces “MESTELRICH”, denominó a su número -que fue pionero en todo el mundo- “La Ruta de la Muerte”, denominación que, por un milagro, no se convirtió en realidad.

 Eran los años de la postguerra en España. La gente trabajaba en lo que podía y los más osados, los que ahora se denominan emprendedores, tenían que ingeniárselas para poder salir adelante. Miguel Estelrich desde joven era un soñador, un aventurero, un entusiasta, un deportista, un temerario… En su cabeza rondaba únicamente una cosa:  Hacer algo fuera de lo común para granjearse la admiración de todos.

Los espectáculos a los que solía acudir la gente, aquí en Mallorca,  en una época donde la esperanza volvía a resurgir en  sus rostros, eran sobre todo las corridas de toros, el ciclismo en el velódromo de Tirador, las veladas de boxeo que allí mismo se celebraban y el fútbol con el Mallorca como principal protagonista. A Miguel, desde muy joven, le encantaba el mundillo del espectáculo y el deporte.
Ello le llevó a probar suerte en el toreo. No le fue bien.
Después convenció a su hermano pequeño Rafael a que se dedicara al boxeo. El sería su manager. Rafael, un genial deportista, llegó a ser campeón de Baleares de los pesos ligeros, pero una lesión en sus cejas hizo desistir a su hermano de llevarlo a consquistar mayores metas. El afán creativo de Miguel le comía por dentro. Su gran amigo, Jaime Pericás, triunfaba en el toreo y también él quería triunfar pero haciendo algo nuevo, algo especial que nadie hubiera hecho hasta entonces. Metido en el mundillo de los toros por sus amigos, la primera ocurrencia que tuvo fue la de hacer el “Don Tancredo” con su bicicleta, esa figura en el mundo del toreo que permanece inmóvil delante de os toros con la creencia (sólo creencia) que los astados no embisten a un objeto inmóvil.

No fue fácil convencer a las autoridades para que le autorizaran a realizar aquél número. Pero lo hizo. Colocó su bicicleta sobre dos pedestales de cincuenta centímetros de altura y como las ruedas completaban los otros cincuenta centímetros exigidos para realizar la suerte del  “Tancredo” reglamentario, inició ese número totalmente nuevo.

El temple de aquel muchacho subido encima de su bicicleta en el centro de la plaza  mirando al cielo haciendo caso omiso al toro que salía alocado de los toriles al galope y que tras dar varias vueltas se paseaba a su lado como si nada, fue un gran éxito que motivó le ofrecieran varios contratos para actuar con un espectáculo taurino musical por todas las plazas de España. ¡Ya había logrado meterse en ese mundillo con algo innovador que nadie había hecho!, aunque pronto se dio cuenta que una cosa era la teoría y otra la práctica. Por lo visto, había toros que respetaban aquella “estatua”, pero otros no, ya que salió despedido más de una vez por los aires aunque sin lesiones de importancia dada la agilidad física que tenía. Cuando la “tourné” por las plazas de toros con el “Tancredo” iba finalizando, Miguel no podía consentir que su osadía y valentía se quedará ahí e intentó una cosa imposible:  el rejoneo en bicicleta. Aquella idea, totalmente descabellada, resultó ser un fracaso monumental, pues aunque entrenó mucho para quedarse quieto en la plaza con su bicicleta y acudir después despacio hacia el toro para con un quiebro intentar clavarle el rejón, la primera vez que lo intentó en la práctica, cuando se revolvía el toro no le daba tiempo a huir, pese a darle con sus piernas una velocidad endiablada al “piñón fijo” de su bicicleta. Lo alcanzó una y otra vez con suma facilidad, pese a estar muy atentos los subalternos para acudir al quite, saltando él y la bicicleta por los aires. Aquello no funcionó y el empresario de la plaza de toros, Eduardo Pagés, viendo el arrojo y valor que tenía aquél joven que con su bicicleta quería intentar lo imposible y que por lo visto era capaz de hacer cualquier cosa, le insinuó que pensara en atravesar las plazas de toros por encima de un cable con su máquina… ¡Si te lo propone tú lo podrás hacer chaval!. Le dijo.

 La idea que aquél hombre le insinuó sin duda pensando en que caería en un saco roto, o quizás, porqué no, a lo mejor pensando en que aquél loco muchacho era capaz de realizar cualquier barbaridad, fue desde ese momento como una obsesión para Miguel. Cuenta en su biografía que con su bicicleta siempre que pasaba por la Rambla intentaba ir todo el trayecto por encima de la vía del tren, hasta que logró hacerlo sin salirse ni un centímetro.

Pasaban los meses y Miguel, en la frutería que llevaba con su mujer en el mercado, no dejaba de darle vueltas a la cabeza pensando en la manera de poder realizar aquella idea. Sus ganas de llevar adelante aquel proyecto juntamente con las enormes dudas que frenaban su ímpetu, se las expuso a varios amigos suyos. Mientras todos le animaban a hacerlo (pensando sin duda que estaba chiflado) hubo uno de ellos, Modesto Méndez (un alférez mecánico de aviación), que le tomó en serio, escuchó con atención su idea y comenzó a ayudarle realizando dibujos y esquemas de lo que debían ser las poleas, el cable, los agarres, las fijaciones, los tensores, etc. etc. que necesitarían para llevarlo a cabo. Se pasaron todo el invierno de 1944 reuniéndose cada fin de semana para hablar y discutir los bocetos que su amigo realizaba. Méndez le iba diciendo lo que él consideraba. Le insinuó que él sólo en la bicicleta iba a ser muy difícil que pudiera aguantar el equilibrio y que quizás sería mejor acoplar dos trapecios a las ruedas para que sirvieran de contrapeso. Miguel que cada vez estaba más emocionado al ver que aquél hombre le había tomado completamente en serio, le dijo abiertamente que quería probarlo ya. Los muchos amigos que tenía y uno en especial que cita Miguel en su libro, al comprobar que efectivamente era capaz de poder llevar adelante aquella locura, se ofrecieron para ayudarle económicamente en conseguir el material necesario. Y en vista de todo el apoyo que recibía, Miguel se puso manos a la obra.

El pensar ahora en los enormes problemas que tuvo que solucionar  para poder realizar aquel proyecto, lleva a uno a la conclusión que no hay nada imposible de lograr si uno se lo propone. Eran los años de la posguerra. La gente que acudía a los mercados para abastecerse de alimentos lo hacian con cupones… Sus amigos le habían prometido ayuda económica para llevar todo aquello adelante, pero ¿de donde sacaba un cable lo suficientemente largo y fuerte que atravesara el diámetro de una plaza de toros y que una vez tensado pudiera aguantar el peso de tres personas sin riesgo de rotura?. ¿Qué sistema se podía emplear para tensar aquél cable lo suficiente para que aguantara el peso de tres personas sin que hiciera una “comba” en el centro?. ¿Aguantaría el equilibro encima de su bicicleta con las llantas deslizándose encima del cable con el “vaivén” que  indudablemente iba a producirse de lado a lado al estar sujeto únicamente por los extremos?...Y si conseguía solucionar todos estos problemas ¿cómo iba a convencer a alguien que quisiera colgarse al vacío de un trapecio en movimiento sin ningún tipo de protección sabiendo que una caía sería mortal de necesidad?. ¿Y las sujeciones de  los trapecios a las ruedas? . Y al final la gran duda: De poder conseguir todo esto ¿sería viable aguantar el equilibrio al desplazarse unas cuantas veces hacia delante y luego hacia atrás? y en caso afirmativo ¿conseguiría el permiso de las autoridades para poder realizar este número inédito hasta la fecha entonces?.

Cuenta Miguel en su biografía, que el empresario del Velódromo de Tirador le brindó gustoso la torre de entrada al recinto para que probara allí su invento y entrenara cuanto quisiera. Al cabo de unos días Miguel colocó un cable tenso a una altura de un metro y en aquel pequeño lugar y con su bicicleta, a la que había quitado evidentemente los neumáticos, después de muchas caídas y muchísimos intentos, logró pasar de lado a lado sin caerse. Pero las llantas resbalaban cuando le daba fuerza a los pedales y sobre todo, le costaba mucho avanzar desde el centro de aquella cortita distancia por la comba que se producía (comba que iba a ser su pesadilla en toda su trayectoria artística). Si en aquel corto trayecto ya ocurría esto, ¿qué ocurriría en una plaza de toros? -se preguntaba-.

Aquello no iba. Fue su amigo Méndez el que tuvo de nuevo que animarle diciéndole que las ruedas deberían ser de un material que no resbalara con el cable, por ejemplo la madera… Miguel, ni corto ni perezoso buscó a un ebanista amigo suyo, Miguel Mudoy, el cual entusiasmado con la idea le hizo unas ruedas de madera de haya. ¡Le fueron perfectas!. Faltaba ahora que le fabricaran los 200 metros de cable con ánima de acero de 8 mm. de diámetro necesario para probar el sistema en la plaza de toros. No fue posible encontrarlo en Mallorca. Otra vez su amigo e ideólogo Méndez fue quien le ayudó y escribió a la fábrica “Quijano” de Santander para que se lo enviaran contrareembolso.

Era Abril del año 1946. Miguel disponía ya del material necesario para intentar montar todo su tinglado en la plaza de toros y probarlo. Hacía tiempo que había pensado en su hermano Rafael y en un “brusquer” amigo suyo, Sebastián Mestre, mecánico de bicicletas, para que les acompañara en esa aventura aún a costa de exponer sus vidas. Sabía que los dos iban a aceptar su propuesta. Y efectivamente los dos asintieron a la espera que les llamara para ensayar. Aquellos, evidentemente eran otros tiempos.

El empresario de la plaza de toros, Antonio Bonnin, también buen amigo de Miguel  quien hace tiempo ya le había confirmado que tendría a su disposición la Plaza para realizar los entrenamientos necesarios, le facilitó toda la colaboración para que las pruebas las realizara a puerta cerrada con el compromiso de que, si el proyecto salía bien, el debut lo tenía que hacer allí. Naturalmente Miguel aceptó encantado.
Dice Miguel Estelrich en su biografía: “Comencé instalando el cable a la altura de la barrera. Unos cincuenta metros de diámetro. Los tensores funcionaron a la perfección. Quedó el cable perfectamente tenso. Únicamente en el centro había unos centímetros de desnivel. Había que probar que pasaría en este punto crítico (el lugar más alejado de los tensores). Coloqué la bicicleta junto a la barrera y mientras Méndez y unos amigos me sostenían, me subí a ella y comencé a rodar ante su estupor. Iba rodando poco a poco.

Me fijaba en la rueda, en el suelo, en el cable…¡No sabía si tendría o no vértigo a más altura!. Y me di cuenta de que me estaba poniendo nervioso. Llegué al centro de la plaza y noté como el cable se balanceaba lentamente de lado a  lado y me costaba más pedalear. ¡Estaba en la zona de la comba, la zona más crítica, el centro del recorrido!. Me paré y continuaba el balanceo, no podía avanzar y me caí… Naturalmente, ante la poca altura no me hice nada y recuerdo que salté preocupado en que no se cayera la bicicleta al suelo, cosa que logré. Ante los consejos de mis amigos que vinieron a mi lado y no cesaban de decirme lo que debía hacer, les corté diciéndoles que ya sabía lo que había ocurrido. Subí de nuevo a la bicicleta y antes de comenzar mi marcha fijé mi vista en un punto fijo enfrente de mí y comencé de nuevo mi marcha, esta vez sin quitar la vista de aquel punto y pensando en que iba rodando por la vía del tren de Vía Roma… Llegué al final sin ningún contratiempo ante el aplauso y ánimo de mis amigos. Casi no me había dado cuenta del balanceo del cable ni de la comba. ¡Ya lo tenía: el punto del equilibrio consistía en fijar mi atención en un punto lejano y tener la cabeza tranquila, pensando en algo que me relajara! ¡Con la vía del tren lo había conseguido!. Logré hacer el recorrido de los cincuenta metros andando para adelante y para atrás (me caí también en mi primer recorrido reculando, al girar la vista para ver el trozo que me quedaba, ¡no podía quitar la vista del punto de mira inicial!), pero después de estas dos caídas ya no me volví a caer más. Aquél día pasé de un lado a otro la plaza más de treinta veces hasta que me di cuenta de que mis compañeros estaban cansados y hambrientos. Me bajé y les dije que fuéramos a celebrarlo en el bar de la plaza. Ahora que ya estaba seguro de mi dominio iba a ir subiendo altura. Me propuse ir subiendo cada día un peldaño de la plaza (cuarenta centímetros) y así lo hice. Cada día era cuarenta centímetros más alto y un metro más largo de recorrido y así pude darme cuenta de que no tenía  ni pizca de vértigo. Ya sabía los secretos del equilibrio y me sentía enormemente tranquilo. En poco tiempo conseguí cruzar la plaza de torre a torre, ya con las plataformas que habíamos fabricado, a veinte metros de altura sin ningún tipo de protección, como es lógico (a estas distancias era impensable colocar algún tipo de red). ¡La idea que me había dado Eugenio Pagés ya era un hecho!... Llamé a mi hermano Rafael y a Sebastián Mestres y les enseñé el espectáculo. Crucé delante de ellos la plaza de toros a máxima altura y cuando bajé les enseñé cómo tenían que ir los trapecios enganchados a los ejes de las ruedas. Querían probarlos ya a esa altura, pero les anuncié que al día siguiente comenzaríamos los ensayos a la altura de media grada y de ahí para arriba. He de reconocer que uno y otro tomaron mucho interés y entusiasmo en el audaz y arriesgado ejercicio de trapecistas”.

“MESTELRICH” debutó en la plaza de toros de Palma el 16 de Agosto de 1947 con un lleno a rebosar. La gente comenzaba a hablar de él. El “NO-DO” vino a filmarles una actuación a  puerta cerrada (Septiembre de 1947). Al principio lo hemos visto juntamente con unas breves películas que encontramos por sus archivos con su bicicleta “más pequeña del mundo”  y también una actuación en el “Circo Egred” en Venezuela.

Con “la Ruta de la Muerte” el empresario taurino Rafael Dutrús le ofreció un contrato de de casi un año de duración, más de cien funciones, para recorrer todas las plazas de toros de España. Después le contrataron para hacer lo mismo en las de Portugal. Y de Ahí prácticamente por todo el mundo para actuar en parques públicos: Francia, Alemania, Suecia, Inglaterra, Venezuela, Colombia, Perú, Panamá, EE.UU, Egipto, Siria. Dice Miguel que viajó por 54 países, todo un récord en aquéllos tiempos.

Tantas actuaciones con ese número tan arriesgado, tenía que pasarles factura algún dia. Y así fue. En Londres les habían contratado para que cruzaran el “Battersea Park”. Instalaron dos torres de madera para aguantar el cable y…una de ellos cedió, se aflojó el cable y quedaron balanceándose en el centro.

Desde allí arriba con los trapecistas inmóviles, Miguel solicitaba auxilio para que trajeran una escalera…
Tras unos momentos dramáticos los bomberos del parque acudieron y con la ayuda de una larga escalera y de la lona propia de los bomberos los pudieron rescatar. Aquella vez no les ocurrió nada. Pero unos días más tarde en ese mismo parque, la BBC les dijo que querían filmar su número. Les indicaron que debía ser al mediodía, a la hora que había más luz solar y menos gente en el parque para poder trabajar con las cámaras. Debían realizaran el trayecto más despacio de lo habitual para que pudieran filmarles correctamente. Así lo hicieron. Rafael había comido antes de esa actuación. No quiso escuchar los consejos que tanto Miguel como Sebastián le habían indicado para hacerlo los tres juntos después de la misma.  Cuando la función ya había finalizado y se disponían a coger la escalera para descender… Rafael se desplomó al vacío.
 Parece ser que tuvo un corte de digestión. Decíamos al principio que por un milagro la denominación de “La Ruta de la Muerte” no se había llevado a término y así fue. Rafael tuvo la “suerte” de caer encima de una persona.

Evidentemente si hubiera caído de lleno al suelo su muerte hubiera sido instantánea. Aquél hombre que le salvó la vida, era el empleado que estaba tensando la escalera para que descendieran al final de la actuación. Los dos quedaron tendidos en aquél lugar. El empleado retorciéndose de dolor con los brazos rotos y Rafael inconsciente en medio de un gran charco de sangre que le manaba por la cabeza. Aquellos momentos fueron dramáticos.

 A Miguel le dio un ataque de nervios viendo desde allí arriba a su hermano tendido en el suelo. Se quedaron él y Sebastián inmóviles sin saber que hacer, aguantando el equilibrio como podían. Faltaban solamente unos metros para llegar a la plataforma y enganchar la bicicleta... pero no pudieron llegar. Los miembros de la BBC desplazaron rápidamente una de las torres móviles desde donde filmaban hasta situarla exactamente debajo de ellos, pero les faltaron unos pocos metros para llegar hasta la bicicleta. Pudo bajarse Sebastián, aunque él sabía que al desprenderse del trapecio Miguel se quedaría sin apoyo alguno para aguantar el equilibrio y su caída sería segura. En las imágenes se ve a Sebastián que no quiere soltar el trapecio y cuando lo hizo... la bicicleta se tumbó dando un  giro de 180º Miguel con ella. Aquéllos momentos debieron ser dramáticos para todos. A Miguel le salvó la vida el tener los pies atados a los pedales y la rápida intervención de los cámaras de la BBC, que pudieron agarrarle enseguida cuando su cuerpo chocó violentamente con la estructura de la torre evitando así la caída segura. Al ver las imágenes de aquellos momentos uno piensa que a pesar de la terrible caída de Rafael, los dos hermanos volvieron a nacer aquél día.

Rafael  estuvo  entre la vida y la muerte ingresado en un hospital de Londres, en coma, con fractura craneal, politraumatismos por todo el cuerpo y pérdida de una oreja, durante mucho tiempo. Pero al final recobró el conocimiento y se llegó a recuperar aunque no del todo. Nunca se acordó de nada de lo que le ocurrió y evidentemente no pudo volver al trapecio.
 Una vez en Mallorca, al cabo de varios meses y a instancias precisamente de Rafael que  había vuelto a su trabajo en la oficina de correos y telégrafos, Miguel buscó a otro trapecista que sustituyera a su hermano para cumplir los contratos que tenían firmados para actuar en EE.UU. Encontró a dos que estaban dispuestos a acompañarle. Eran Magín Torrecilla y Gabriel Perelló. Magín Torrecilla fue el elegido.

Partieron para América, Miguel, Sebastián y Magín. En Estados Unidos, en Atlantic City, les contrataron por seis meses para actuar a 50 metros de altura en un escenario flotante sobre el Océano. El local, el “Steel Pier”, era todo de madera y se adentraba en el mar cerca de un kilómetro. Empezaron los espectáculos diarios en aquél complejo acuático con Sebastián y Magín dispuestos a cumplir el contrato de medio año que habían firmado. Pero 6 meses es mucho tiempo. Aquello se hacía muy largo y cierto día Sebastián le dijo a Miguel que quería ver a su familia y que quería regresar a Palma. Le dijo que contratara a Gabriel Perelló y Miguel así lo hizo.  Sólo le tuvo que decir “ven” y Gabriel se preparó enseguida para acudir a su llamada. Mientras llegaba, las actuaciones continuaban con Miguel y Magín en el monociclo. Sebastián se había ido.

 Una vez llegó Gabriel, estuvo entrenando unos días a baja altura  aprendiendo los movimientos y la técnica que empleaban. Al comprobar que no tenía vértigo y que se acoplaba perfectamente con Magín en los ejercicios,  comenzaron a realizar el número con la bicicleta habitual los tres. Pero el 31 de julio de 1953 Gabriel se cayó al mar. Dice Miguel en su libro “Yo grité a Magín no te muevas, volvemos para atrás…al mismo tiempo vi como se lanzaban al agua la troupe de nadadores para buscarlo. Cuando bajamos del cable, Gabriel ya estaba sobre el escenario con el correspondiente susto y nerviosismo: …”. No volvió jamás a subir al trapecio. Terminaron los contratos de EEUU y Miguel y Magín regresaron a Palma a finales de 1953.

Durante el año 1954, Miguel de nuevo con Sebastián, recorrió varios países de Oriente Medio, contratados por un empresario griego que era dueño del “Imperial Circus”.
 Por aquel entonces Miguel había creado la bicicleta “mas pequeña del mundo” y varios empresarios iban detrás de él para que realizara el habitual número aéreo en el exterior del circo como reclamo, para después actuar en la pista con la exhibición de esa bicicleta.

Terminada la gira por los países árabes, en Enero de 1955 Sebastián y Miguel emprendieron  de nuevo viaje hacia Venezuela para cumplir una serie de contratos que les habían ofrecido. Iban los dos solos con el monociclo.

 Esta vez Sebastián regresó un año después y Miguel lo hizo para retirarse el 21 de Noviembre de 1958.  Había querido quedarse allí  y probar suerte como empresario de un circo...pero una tormenta tropical se lo llevó por delante. “Todo lo que gané como artista lo he perdido como empresario”. Dijo a su regreso.

Miguel continuó hasta los 55 años actuando en Palma en Salas de Fiestas y Locales de ocio como “ciclista de fantasía”  y con la bicicleta más pequeña del mundo.
 

 “MESTELRICH”, mi padre, falleció en Palma el 2 de junio de 1987.

Fuente: Luis Miguel Mestelrich Ruiz / http://mestelrich2.blogspot.com.es/2011/09/mestelrich.html

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