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Houdini y el arte de la fuga

La figura de Harry Houdini ha quedado en el imaginario colectivo como la encarnación del gran mago del siglo XX. Su especialidad fue el escapismo, y por eso sus proezas siguen evocándonos imágenes de liberación: ni los grilletes, ni las cajas, ni los espacios cerrados pudieron contra este hombre capaz de evadirse de cualquier atadura. En los últimos meses se están reeditando, o publicando por primera vez en España, textos de y sobre este personaje que nos propone una y otra vez la posibilidad de realizar el sueño humano de desaparecer a su antojo (para poder reaparecer más tarde)

Hace ochenta años que Houdini murió y la mayoría de las imágenes que asociamos con su magia son liberadoras. Deshacerse de una camisa de fuerza; librarse de esposas, cadenas o grilletes; escapar de las entrañas de una pirámide como en el relato que escribió para él Lovecraft. Mircea Eliade distinguía en el imaginario mitológico entre los dioses ligadores y los dioses liberadores. Sucede con los efectos de magia. Cambios y transposiciones, metamorfosis, adivinaciones, roturas y recomposiciones, apariciones y desapariciones encubren una estructura mítica. La fuerza de los juegos de magia radica en que son metáfora y expresión de los deseos que la humanidad comparte al igual que los sueños.

A partir del anhelo experimentado por el público y por todos nosotros de librarnos de lo que nos oprime, de lograr evadirnos de cualquier prisión o atadura, Houdini compuso un contundente personaje de ficción. Se trata de un mago moderno al que presta su temperamento, carácter, preparación y conocimientos, ajusta a los códigos de la escena y reconcilia con las demandas del público.

Quien logró hacer esta proeza era uno de los tres millones de judíos que cruzaron el Atlántico antes de la Primera Guerra Mundial, huyendo de la miseria y los pogromos. Nacido en Budapest en 1874, abandonó Centroeuropa con su familia cuando tenía cuatro años. El padre, un docto y estricto rabino, jamás se adaptó a su país de acogida. La madre, con la que le unían intensos vínculos emocionales, nunca pronunció una palabra en inglés. Aún se llamaba Eric Weiss cuando con seis años divertía a los niños del barrio con sus juegos de escamoteo. A los siete aprendió acrobacia y su padre le impidió salir de gira con un circo. Por entonces se hacía llamar Ehrich, el Príncipe del Aire. Como Chaplin, como los Hermanos Marx, como tantos emigrantes, buscaba en el mundo del espectáculo una alternativa al trabajo en las fábricas. Véase lo que pensaba Chaplin de este tipo de trabajo en Tiempos modernos.

El arte de la evasión
En sus comienzos, Houdini siguió la línea iniciada por el profesor Hofmann, un mago vestido con calzón de seda, levita de faldones y chaleco, que era capaz de producir cuatro peceras repletas de peces rojos. Tras bajar entre el público para que inspeccionaran las mangas, la levita y los faldones, acababa extrayendo de la nada una quinta pecera donde nadaban unos hermosos peces dorados. Houdini se anunciaba como El rey de las cartas e intentaba producir portentos semejantes sin otros recursos que una baraja. Para un mago la baraja es imagen y metáfora del universo. Por el dorso todas las cartas son iguales. Por el envés cada carta es distinta. Lo uno y lo múltiple, las dos caras de un mismo cartón. Con una baraja en la mano, un mago puede ejecutar todos los efectos posibles.

Le ocurrió lo más terrible que puede suceder a un creador de prodigios: pasar desapercibido. El pequeño y animoso emigrante no lograba salir de la miseria. Tuvo que degradar su espectáculo, convertirse en atracción de feria. Aunque aspiraba a incorporar a su número la elegancia de Robert-Houdin, el padre de la magia moderna, accedió a encarnar el papel de El hombre de las cavernas.

Por entonces se había casado con Bess, una atractiva cantante, casi una miniatura. Su cuerpo era aún más diminuto que el del pequeño Houdini. Con 43 kilos se convirtió en la asistente idónea para el primero de sus escapes: La metamorfosis. Houdini, maniatado, era introducido en un saco que se depositaba en el interior un baúl, herméticamente cerrado con un cerrojo y amarrado con gruesas cuerdas. Bess se encaramaba sobre el baúl, corría una cortina, daba tres palmadas y, al caer la cortina, Houdini aparecía en el escenario. En el interior del baúl, se hallaba Bess, encerrada en el saco y maniatada. Desde entonces empezó a experimentar con esta nueva clase de magia. Porque aunque el escapismo es una especialidad inmemorial de la magia, en su versión moderna se hallaba unida a los fenómenos espiritistas. Los hermanos Davenport, unos ilusionistas que se presentaban como auténticos médiums, crearon una cabina espiritista en la que se encerraban, atados con una cuerda gruesa que inmovilizaba sus pies y sus manos de manera que aparentemente no podían moverse de la silla. En el centro del armario había una trompeta, una guitarra, un violín, dos campanas y una pandereta. En cuanto las puertas se cerraban y se apagaban las luces, los instrumentos empezaban a tocar, pero cuando se hacía la luz y se abría el armario, los Davenport continuaban atados.

Tres meses después, otro gran ilusionista, Markelyne, con la ayuda del hábil ebanista Cooke, presentó un armario similar con el que replicó los prodigios que realizaban los Davenport. Houdini presentó los escapes como un efecto en sí mismo, no al servicio de otros efectos, en contra de la idea generalizada entre las gentes del espectáculo.

Markelyne fundó uno de los templos de la magia, el mítico Egypcian Hall. Su magia tenía carácter eminentemente teatral. Sus referentes eran escénicos. La magia de Houdini responde a un nuevo imaginario. Escapó de su frac y empezó a actuar dejando a la vista sus bien entrenados y poderosos músculos. Un cambio fundamental que significó para la magia lo que vanguardias como el futurismo representaron para las artes plásticas y la literatura. Houdini concibió y practicó una nueva estética, acorde con la mentalidad moderna y las nuevas realidades, tomando como modelo las proezas de la aviación y del deporte y sus características: el movimiento, la energía, la rapidez, la velocidad.

Suspense y desafíos
Hacia 1898 el pequeño y fornido emigrante convierte su espectáculo en un desafío constante. En primer lugar a la policía. Allá por donde va, Houdini afirma que puede escapar de cualquier celda a pesar de haber sido esposado y encadenado. Tras vencer en su reto a Scotland Yard, el público llena durante seis meses el Alhambra de Londres. El primer tercio del siglo XX es la época en que Horacio Golding atraviesa el cuerpo de un hindú con un obús y pasa su brazo a través del agujero en el estómago. En la que Chung Ling Soo atrapa con los dientes una bala, que le costará la vida en escena. En el que se inventa la sierra circular que trocea un cuerpo vivo que luego se recompone. En la que Florences y Frakson extraen de la nada cigarrillos encendidos. En la que la princesa Karnack de Kellar se eleva en el aire para desaparecer y reaparecer al fondo de la sala.

Eran algunas de las maravillas a las que se podía asistir en los espectáculos de magia. Para provocar el interés del público Houdini vulnerará los límites de lo imposible. Hará desaparecer un elefante. Atravesará un muro de ladrillo. En ocasiones arriesgará su vida como cuando se arroja encadenado a un río helado. Repetirá este prodigio en el escenario mediante su célebre Pagoda China: un tanque repleto de agua en el que se introduce cargado de cadenas. Tras unos minutos angustiosos aparecerá, totalmente libre, en el exterior.

Atado a una rueda gigante, encerrado en un recipiente colmado de leche o en un barril de cerveza, nada parece aprisionar a Houdini. Suspendido por los pies en lo alto de un rascacielos se debate dentro de una camisa de fuerza. Es la imagen del hombre luchando por sobrevivir en el nuevo mundo deshumanizado, de la ciudad vertical y mecánica, de hierro y cristal.

Detrás de sus prodigios descubrimos el amor a su arte, una ambición desmedida, el valor poco común, la preparación atlética, el dominio muscular y el control de las emociones, el sentido del espectáculo, la tenacidad y, también, la megalomanía. Asimismo una generosidad desbordante: durante años mantuvo a una veintena de magos enfermos o envejecidos y en todas las ciudades en las que actuaba abría sus teatros a los chicos de la calle. Convertía en mágicos los gestos cotidianos. Exigía que le pagaran en monedas de oro para dejarlas caer en el delantal de su madre. Una lluvia de oro que la maravillaba.

Houdini escritor
Para Houdini desaparecer significa reaparecer siempre. Nunca ha logrado escapar de la memoria colectiva. Son innumerables las películas y las series de televisión que le han dedicado desde la que dirigió George Marshall en 1953, encarnado por el también húngaro Toni Curtis. Antes, Houdini mismo rodó numerosas películas. Entre ellas El hombre del más allá, en 1922, con la célebre secuencia en la que realiza un escape en las cataratas del Niágara. Actualmente hay tres proyectos en marcha, uno basado en la biografía del experto en magia Bill Kaluch y el escritor Larry Sloman, en la que se aventura que fue agente secreto durante la Primera Guerra Mundial.

En España se acaban de publicar tres libros relacionados con él. El primero, con el atractivo título de Cómo hacer bien el mal, reúne sus indagaciones sobre el mundo de la delincuencia. Se trata del fantástico aprendizaje del mago para lograr el delito perfecto, estudiando y depurando las técnicas de los carteristas, estafadores, delincuentes y fugitivos y, al tiempo, protegerse de ellos. Se acompaña de ilustraciones sucesivas, como los fotogramas de una película, en las que el dibujante Iban Barrenetxea recrea el escape de la Pagoda China.

El segundo libro reproduce otra apasionante obra de Houdini, Traficantes de milagros y sus métodos, dedicado a los fenómenos de feria que conoció íntimamente en sus años circenses. El mundo de los tragafuegos, regurgitadores, tragasables, encantadores de serpientes, pseudofaquires, del que había formado parte como El hombre de las cavernas. Toda una tradición cultural de la que se reclamaba continuador y, simultáneamente, logró desmarcarse.

Houdini fue también un investigador infatigable y alcanzó una gran erudición sobre todos los aspectos que tenían alguna relación con su arte. Reunió una de las bibliotecas más completas sobre el ilusionismo escénico, las tecnologías del espectáculo, el espiritismo, la magia y la brujería. Su legado forma hoy en día un fondo excepcional en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

El mago y la muerte
El tercer libro -Sherlock Holmes contra Houdini- reconstruye las relaciones entre Conan Doyle, Houdini y el espiritismo, mediante una atrayente maquetación en la que dialogan y combaten textos, testimonios e ilustraciones de la época. Gira sobre el deseo de entrar en contacto con seres desaparecidos. Enfrenta a un hombre que quiere creer y del ser que quiere saber. Conan Doyle busca a su hijo muerto en la primera Gran Guerra. Houdini a su madre que acaba de morir.

La ruptura se produjo cuando Jean, la segunda mujer de Conan Doyle, se sintió capaz de establecer la comunicación que ansiaba Houdini con su madre. Entró en trance y empezó a escribir febrilmente una carta supuestamente dictada por la difunta señora. Estaba escrita en inglés. Un idioma que jamás aprendió. Siempre se expresó en una mezcla de húngaro, alemán y yiddish.

Houdini inició una auténtica cruzada contra los falsos médiums y escribió un documentado libro sobre los fraudes espiritistas: Un mago entre los espíritus. Doyle lo consideró una bazofia. Conan Doyle se fijaba en los efectos y Houdini investigaba los métodos. Hacía tiempo que Sir Arthur había renunciado a los mecanismos de verificación.

En 1926 Houdini morirá tras recibir un puñetazo en el abdomen. Le pilló desprevenido y le provocó una peritonitis. Poco antes desenmascaró al falso médium Argamasilla, quien acabaría siendo responsable de la censura cinematográfica con el franquismo. Llegó a un acuerdo con Bess para manifestarse desde el más allá. Bess ofreció 10.000 dólares a quien propiciara el contacto. En la última intentona, los micrófonos de la radio transmitieron a medio mundo el sonido del silencio, la música callada de la nada. Houdini habitaba una región que no está en los mapas: la magia. Región imaginada donde perderse en los deseos intactos a las devastaciones del tiempo, libres de las imposiciones de la realidad, intangibles como la libertad y la esperanza, siempre posibles.

Fuente: Ramón Mayrata

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