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Abraham Lillo Machuca, más conocido como el Tony Caluga, nació en 1917 en Sierra Gorda, en la zona de Antofagasta y, con sólo 9 años de edad, se lanzó a la vida artística viajando a conquistar Santiago, recorriendo calles y locales. Cantante de ópera o improvisado actor callejero, fueron algunos de sus primeros oficios. Pronto, su talento y carisma comenzarían a abrirle puertas.
Autobautizado como Machuquita, llegó a los 15 años al famoso circo “Las Águilas Humanas”, en donde comenzó a gestarse la leyenda del Tony Caluga, que alcanzó renombre internacional recorriendo el país y el continente, cosechando risas y aplausos de grandes y chicos.
En el año 41 empieza a dictar clases de payaso en el Teatro Caupolicán, convirtiéndose en número fijo en dicho recinto y consolidando su carrera, hasta instalarse con su propia carpa detrás del Hospital San Borja. Junto a su mujer, Teresa San Martín, formó una de las familias circenses de mayor trayectoria en el país.
Su hijo Caluga Junior y sus nietos del “Clan Caluga” hoy reparten sus temporadas entre Chile y varios países de Latinoamérica, en donde han obtenido un gran reconocimiento, con un espectáculo que, según ellos mismos, evita el humor grosero y pretende entregar un mensaje “como Chaplín”.
Su historia y su figura son puestas de relieve con la exitosa obra de Andrés del Bosque, “La siete vidas del Tony Caluga”, estrenada por primera vez en 1994 y que marcó un hito en el teatro chileno y una fuerte influencia en las nuevas generaciones ligadas a las tablas. En ella, del Bosque revela los misterios de la vida del famoso payaso, la cual investiga a través de familiares y personas del ambiente que lo conocieron o trabajaron con él.
La sencillez del lenguaje, el humor, la chispa y el carácter popular hicieron de ésta una obra entrañable, con la que el público se identificó ampliamente, al igual que con su personaje. Premiado con el APES y con el Premio de la Crítica 1995, este montaje, que es uno de los más visto en la última década, dio origen en Chile a una vigorosa corriente de Circo Teatro que hoy esreconocida en nuestro país por su carácter renovador, no sólo del teatro profesional, sino también de la pedagogía teatral.
El Tony Caluga murió a los 81 años, el 17 de julio de 1997. Un monolito lo recuerda en el bandejón central de la Alameda en la esquina de General Velásquez, allí donde, cada septiembre, se levantan las carpas del circo.
Fui a una tienda especializada en fabricar calzados para artistas y me hice fabricar unos zapatos de payaso de cuarenta centímetros de largo. Los pedí de charol, con las puntas rojas, los talones verdes y los lados dorados. Exigí además que en las suelas les colocaran unos pitos para que, al ser aplastados, lanzaran un maullido. Vestido con un correcto traje gris, camisa blanca y corbata discreta, caminé por las calles del centro, a mediodía, hora en que se llenaban de gente. Era el momento de la pausa del café o del aperitivo. Dando un maullido tras otro avancé entre ellos. Nadie pareció considerar anormales mis zapatos. Echaban una mirada fugaz hacia mis pies y seguían de largo. Decepcionado me senté en una terraza a beber un refresco, cruzando una pierna para elevar un zapato, con muy pocas esperanzas de provocar una reacción. Se me acercó un caballero bien vestido, de unos 60 años, rostro serio, voz amable.
-¿Me permite, joven, que le haga una pregunta?
-Por supuesto, señor.
-¿Dónde consiguió esos zapatos?
-Me los hice fabricar, señor.
-¿Por qué?
-Antes que nada, para llamar la atención, introduciendo en la realidad algo insólito. Y segundo, porque me gusta el circo, sobre todo los payasos.
-Me alegra oírle hablar así: ésta es mi tarjeta -el señor me ofreció un cartoncillo donde estaba escrito con letras pequeñas su nombre y con letras grandes, color naranja: TONY CALUGA.
-¡Oh, qué increíble sorpresa, yo lo conocí en Tocopilla, cuando era niño! Usted me puso en los brazos un cachorro de león.
-¿Cómo te llamas, muchacho? -cuando pronuncié mi apellido, sonrió-. Ahora comprendo, eres de los nuestros. Tu padre trabajó conmigo. Fue el primer hombre que se colgó del pelo, antes sólo hacían eso las mujeres. La cabra tira al monte: estos zapatos indican tus deseos de volver al mundo al que perteneces. Y este encuentro no es casual. Estamos actuando en el teatro Coliseo. Hay artistas internacionales y un grupo de cómicos, yo (el burro primero), y el toni Lechuga, el toni Chalupa y el payaso Piripipí. El toni Chupete anda, como decimos entre nosotros, con el hocico caliente. Va a beber durante unos quince días. Lo queremos mucho y tememos que los empresarios lo despidan. Si tú, que tanto pareces amar el circo, te decides a tentar la experiencia, sin que nadie lo note, puedes ponerte el traje, la peluca y la nariz de nuestro amigo y reemplazarlo el tiempo que dure su borrachera. Las rutinas son fáciles, no hay mucho que hacer. Me darás un falso hachazo en la cabeza, cacarearás bombardeando con huevos de madera al toni Chalupa, y participarás en el concurso del pedo más fuerte, lanzando chorros de talco por un tubo oculto en los fondillos de tu pantalón. Si llegas un par de horas antes de la primera función te enseñaré lo fundamental, el resto lo podrás improvisar.
-No creo que sea capaz de hacerlo.
-Si aún te queda algo de niño en el alma, podrás. Te voy a dar un ejemplo: cuando me preguntes con voz de falsete «¿En qué se parece un toro vivo a un toro muerto?», yo te responderé: «Muy fácil: el toro vivo embiste», y tú encadenarás: «¿Y el toro muerto?», y yo exclamaré: «¡En bistec!». Y el público se reirá y aplaudirá. Es tan fácil como eso. ¿Te decides?
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