Houdini (HU): Lecciones de un genio del marketing (además del escapismo)
Poco podía aportar Houdini a la magia en un siglo de hechizos y encantos. Por eso, a finales del XIX, su representante le recomendó que se hiciera escapista. Ahí no tendría rival. Y así fue. Nunca lo tuvo. Erik Weisz dedicó cada minuto de su vida a superarse a sí mismo y a construir su imagen de héroe mundial.
El escapista más famoso del mundo meditaba cada paso que daba. Desde que, con nueve años, actuó por primera vez en un circo que montó con sus amigos hasta que murió de una retahíla de puñetazos que le destrozaron el apéndice.
A la vez que el ilusionista construía su personaje heroico anticipaba los rasgos de lo que sería el siglo XX. Nadie como él encarnó el paso de una época a otra: de la superstición al mundo moderno. A lo largo de su vida acumuló tantos libros, tratados e incunables sobre trucos, ilusionismo y óptica que acabó reuniendo la mejor biblioteca de magia del país.
En esas estanterías no había un ejemplar que no fuera científico. Harry Houdini era un hombre racional que siempre defendió que él no tenía nada de mágico ni sobrenatural. Era tan humano como cualquier otro, pero lo que lo hacía extraordinario era su capacidad de trabajo y su ambición infinita, según María Santoyo, comisaria, junto a Miguel Ángel Delgado, de la exposición Houdini, las leyes del asombro, que se exhibe en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid hasta finales de mayo.
El escapista era la personificación del sueño americano: el niño pobre que llega a América en un barco y, a base de esfuerzo y sudor, acaba convirtiéndose en un hombre rico, poderoso y de fama mundial.
Esa popularidad fue una de sus grandes hazañas. Houdini fue un mago del marketing moderno cuando aún no existía esta disciplina. En la ‘era dorada de la magia’ no le bastó con llenar las salas de teatro y vodevil. Fue a buscar al público allí donde estaba: en la calle y tras las páginas del periódico. El mago descubrió muy pronto el alcance de los diarios, la radio y más tarde el cine para darse a conocer por todo el mundo.
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Una de las primeras decisiones importantes de su carrera fue elegir su nombre. Erik Weisz tenía sólo nueve años cuando hizo su primera actuación de trapecista y contorsionista. Aquel día de otoño de 1883 ya apuntaba alto cuando se presentó ante el público como Ehrich, The Prince of the Air (el príncipe del aire).
El adolescente de origen húngaro, mientras trabajaba en cualquier cosa para llevar dinero a casa, estudiaba magia. A los 13 años descubrió un libro de las memorias del gran mago Robert-Houdin. Le entusiasmó el personaje y decidió apropiarse de su estela para construir su identidad. Añadió una i al final del apellido para que resultara más fácil de pronunciar y a partir de entonces empezó a presentarse como Houdini.
Después ascendió al trono y se añadió el sobrenombre de Rey de las esposas para dejar claro que no había nadie en el mundo que se deshiciera de unos grilletes mejor que él.
En su adolescencia actuaba en circos de freaks y los ‘museos de 10 centavos’ que mostraban en distintas estancias rarezas humanas, animales y espectáculos. “Houdini se forma en ese ambiente. A finales del XIX eran shows muy concurridos. Decían que eran espectáculos de edutainment (entretenimiento educativo) porque los asistentes, al ver animales disecados y cosas novedosas, podían aprender sobre otros lugares del mundo”, explica Santoyo, mientras muestra algunas de las piezas de la exposición en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.
Y ahí la prueba de que la idea de unir educación y entretenimiento no es algo reciente. En el árbol genealógico del neologismo infotainment, una palabra muy extendida hoy para hablar de los medios que intentan informar y entretener a la vez, aparece hace más de un siglo una bisabuela: edutainment.
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Houdini fue un maestro en el uso de los medios para alcanzar su fama. A menudo aparecía en una cárcel o una comisaría de policía, con un grupo de periodistas, y retaba a los agentes a que lo mantuvieran preso. Los periódicos publicaban el desafío del escapista y durante unos días toda la ciudad hablaba del tema.
Después acudía con los periodistas a la cita. Los guardias lo encadenaban, lo encerraban o lo ataban y la prensa relataba la hazaña del ilusionista. “Houdini organizaba muchas de sus performances en la sede de un periódico para asegurarse de que los periodistas cubrirían el espectáculo y aparecería en la prensa. Le interesaba el gran espectáculo de masas. Por eso representa la modernidad y el espíritu del siglo XX. Nos fascina por haber sido una de las primeras personas que supo captar la realidad de aquel cambio de era”, indica Santoyo, junto a una vitrina de la exposición que muestra unos bellísimos juegos de magia decimonónicos.
El ilusionista que a los ocho años vendía periódicos por la calle tuvo la clarividencia de llevar sus actuaciones a las azoteas y los puentes de las ciudades para convertir sus actuaciones en noticia. Tan bien lo hizo que en 1904 fue un rotativo el que retó al mago. El London Daily Mirror lo desafió para que se librara de unas esposas que el cerrajero Nathaniel Hart había estado perfeccionando durante cinco años.
El 17 de marzo Houdini se presentó ante 4 mil personas y más de un centenar de periodistas para escapar de las esposas. El público atendió, paciente, durante los setenta minutos que tardó en soltarse. Pero aquel espectáculo se extendió durante décadas en artículos de prensa, libros y debates. Dijeron de todo. Desde que fue un amaño entre el periódico y el mago, hasta que la hazaña, absolutamente honesta, resultó la más difícil de su vida. Uno de los rasgos más fascinantes del escapista, para la comisaria, es que “era muy bueno en relaciones públicas de una forma absolutamente intuitiva”.
La rígida moral victoriana de faldas largas y corsés estrechos quedaba a la vuelta de la esquina. Había sido la ideología del siglo que terminaba y que daría paso a la modernidad del XX. Que apareciera en público un hombre prácticamente desnudo sonaba loco. De ahí su brillantez. Harry Houdini sabía atraer la atención de mil maneras.
Toda su vida fue una escalada destinada a provocar más asombro. Al principio, el escapista situaba una cortina entre el público y su jaula porque pensaba que así resultaría más emocionante. Pero un día, después de muchas funciones, uno de sus hermanos le dijo que creía que a los asistentes cuando de verdad se les ponían los pelos de punta era al ver cómo escapaba. A partir de entonces Houdini comenzó a escapar a la vista de todos y, efectivamente, la concurrencia a sus espectáculos siguió creciendo.
El ilusionista sabía explotar el morbo de sus performances. Apelaba al mismo encogimiento de estómago que se producía en el circo romano o las corridas de toros cuando los espectadores veían a una persona o un animal correteando por el filo entre la vida y la muerte. “Había un elemento de tensión que explotaba a la perfección. La gente también asistía a sus shows por la posibilidad de verle morir”, apunta la comisaria.
LIBROS Y PELÍCULAS
En los periódicos encontró un altavoz colosal para sus proezas. Pero eso no era suficiente. Houdini quería difundir sus ideas sin negociar con nadie. En 1906 lanzó una revista llamada Conjurers’ Monthly Magazine para dar su visión de la magia, aunque sólo duró dos números. También escribió varios libros o, al menos, los firmó. Y redactó artículos hasta para la Enciclopedia Británica.
Ahí exponía sus ideas a favor de la ciencia y contra el espiritismo. “Era un defensor de la razón y al final de su vida emprendió una cruzada contra los médiums. Incluso intentó que aprobaran una ley en el parlamento para prohibirlos”, cuenta María Santoyo, junto a unos libros centenarios titulados Física recreativa y Ciencia recreativa. “En la Primera Guerra Mundial murieron ocho millones de personas. En aquel ambiente de dolor por tantas pérdidas se produjo un auge de espiritistas que aseguraban contactar con los difuntos. Houdini, traumatizado por la muerte de su madre, acudió a una médium y descubrió que lo estaba engañando. La rabia fue tal que decidió emplear todas sus fuerzas en acabar con ellos”.
El ilusionista también supo apreciar el poder del cine desde sus mismos inicios. Sabía que la gran pantalla llevaría lejos su fama. Por eso le dio igual que nadie diera un duro por él como actor y que incluso a él mismo le importara un bledo la interpretación. Tenía que aparecer en aquellas proyecciones que estaban dejando al público perplejo.
Houdini no esperó a recibir muchas negativas de Hollywood para montar su propia productora y rodar varias películas. Incluso una serie muda de 15 capítulos titulada El maestro del misterio, donde aparece un autómata por primera vez en el cine. “Entonces ni siquiera existía la palabra robot. Lo llamaban tanque humano”, especifica Santoyo.
PIONERO EN LA AVIACIÓN
En algún lugar de Houdini debía anidar el miedo, pero jamás dejó que se entrometiera en sus planes. Cuenta Santoyo que tenía pánico al mar. Cuando viajaba a otros continentes, por la eslora del barco, asomaba el canguelo. “Pero se superaba a sí mismo. Vencía todos sus temores. Hablaba del miedo con fanfarronería”, relata la comisaria.
El aire, en cambio, no le imponía como los océanos. Amaba la aviación. Cuando supo que nadie había sobrevolado Australia, compró una aeronave y aprendió a pilotarla para añadir una proeza a su vida heroica: fue la primera persona que vio ese país desde el cielo.
Por supuesto aquel primer vuelo fue contemplado desde la tierra por decenas de periodistas y fotógrafos que después llenaron los periódicos con el relato de su bravura. Aquel 16 de marzo de 1910, en los inicios de la aviación, Houdini volvió a mostrar que el miedo era cosa de otros.
DISCIPLINA
Houdini corría 16 kilómetros al día. No bebía, no fumaba y entrenaba con rigor militar. En una sección de la exposición donde se ubica el segundo gimnasio civil que se construyó en España, a finales del XIX, Santoyo detalla la disciplina del escapista. Nadaba, boxeaba, se sumergía en bañeras con bloques de hielo y realizaba ejercicios físicos destinados a desarrollar la destreza de sus dedos. Eso lo ayudaba a librarse con más facilidad de las cadenas, los candados, las esposas y las camisas de fuerza que se ponía en muchos de sus espectáculos.
Era un tiempo de admiración por la fortaleza física, como ocurrió en el Siglo de Oro, y de vuelta a la idea de mente sana en cuerpo sano que expandió el Imperio Romano.
A los 52 años murió Houdini. El hombre, aunque se destripaba, no quiso suspender sus espectáculos. Los médicos le recomendaron una operación urgente, pero él siguió en los escenarios, dolorido y febril, ignorando las alertas. Hacía unos días, en Canadá, un joven del público le había dado unos cuantos puñetazos en el abdomen.
El escapista retaba a que le golpearan con todas las fuerzas para mostrar que los puñetazos resbalaban como gotas de agua sobre su cuerpo de acero. Aquel día, con un tobillo roto y tumbado en un sofá, lo pillaron desprevenido. Parece ser que la hartada de derechazos que le metieron le provocó una peritonitis.
Y cuentan que el hombre que mejor encarna “el cambio que se produjo en el ocio y la sociedad del espectáculo”, según Santoyo, tiró la toalla. Después de sufrir dos desmayos en una actuación, lo llevaron a un hospital, y allí, tumbado, agotado, dijo a su hermano: “Estoy cansado de luchar”
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