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El Circo en España en el cambio de siglo

Genís Matabosch

Las presentes líneas os alejarán de una visión romántica, nostálgica o mágica del espectáculo circense. Este artículo pretende, humildemente, mostraros uno de los números más inéditos en nuestros circos: aquel que presenta el mundo de la carpa como una actividad económica más dentro de la compleja sociedad del ocio de un mundo que empieza el siglo XXI.

Esperamos no herir susceptibilidades al hablar de “producto” en lugar de hacerlo de “circo” o de “espectáculo”; al igual cuando hablemos de “sociedad” en vez de “espectadores”. Amamos al circo profundamente. Por su supervivencia debemos enfrentarnos, ante todo, a su realidad económica. Debemos, incluso, a veces, destapar secretos o mostrar ejemplos que podrán parecer incómodos para quienes tengan una idealizada visión del mundo de la carpa. Bien lo dice el refrán: “quien bien te quiere, te hará llorar”... Perdónanos circo por ser tan duros contigo en estas próximas líneas; sabes bien que no queremos verte agonizar. Por ello pasamos a analizar tus males y errores, siempre con la esperanza de que sepas reconducir tu camino y seas objetivo con la realidad en que hoy debes vivir. ¿O no es lo más importante ser sincero con uno mismo? Amigo circo, no te engañes.


Circo de ayer, público de hoy

El gran empresario de circo que fue don Arturo Castilla subtitulaba su libro “La otra cara del circo” con la bella y significativa frase “Revelaciones de un mundo aparte”. El circo, sin caer en los tópicos que la gran pantalla y la “mitología popular” ha deseado vendernos (“la gran familia”, “el payaso llora por dentro”, “los trapecistas siempre se aman”)... es evidentemente, como otros tantos sectores, un campo reservado. Pero no debe sorprendernos. También se dice de otros mundos; oímos a menudo lo difícil que es penetrar en el terreno de la moda, del cine, hacerse un lugar en la danza o introducirse en la televisión. Es algo tan obvio como que “cada casa es un mundo” o que “toda catedral tiene sus capillas”. Pero aquello que diferencia al circo de las demás actividades económicas y culturales es su gran hermetismo; un encerrarse consigo mismo a veces por conveniencia (miedo al mundo exterior) o simplemente por naturaleza (el viaje dificulta que el circo se permeabilice de todo lo exterior). En cierta ocasión me permití hacer a mi querido carablanca Luis Raluy, mientras contemplaba desde el exterior su bello circo-museo, el siguiente comentario, y no sin cierta ironía: “¡Qué inteligentes sois los directores de circo! No valláis vuestro recinto para que la gente de fuera entre dentro, ¡sino para que los de dentro no salgan!”.

Ya lo hemos apuntado. El hermetismo del circo puede explicarse desde dos prismas paralelos: por temor y por su propia naturaleza ambulante. Cualquier miedo a lo ajeno produce un encerramiento en sí mismo y dicho mecanismo de defensa sigue impidiendo que en la mayoría de los casos nuestro circo pueda absorber los conocimientos de la nueva cultura de ocio; o sea, de los sectores económicos con quien rivaliza: cine, teatro, toros, parques de atracciones, museos, televisión... Por otro lado, su condición de mundo nómada ha favorecido esta difícil permeabilización de las estrategias de mercado actuales. A cualquier mundo cerrado –igual sucede con las personas– le resulta difícil realizar una autocrítica y, por consiguiente, una reorientación.

Con todo, este fenómeno no deja de ser al mismo tiempo sorprendente por poco que conozcamos la historia del circo. Mi maestro y gran historiador del espectáculo circense, el barcelonés Josep Vinyes i Sabatés, me habló, en una de nuestras numerosas charlas, del circo como del mundo que primero absorbía las novedades: fue el mundo de la pista pionero en las grandes campañas de publicidad exterior en las ciudades, en la adopción de la tracción motorizada de sus vehículos, en dejarse influir por otros espectáculos como el music-hall (¿quién no recuerde las chicas emplumadas sobre los elefantes?), el cine (fueron los mismos propietarios de los "ménageries" ambulantes quienes se encargaron de hacer llegar el cine fuera de las grandes ciudades) o el teatro (desde las pantomimas ecuestres de finales del siglo XVIII-principios del XIX hasta el llamado “nuevo circo” actual, la pista también se ha dejado seducir por las tablas). Encontramos muchos ejemplos de un mundo que siempre luchó por estar en la vanguardia. Y sin embargo, el circo, en general y en nuestro país, parece haber perdido el tren de las nuevas tecnologías, de las actuales estrategias de comunicación...

Pensemos por un momento cómo funciona el resto de las actividades económicas del mundo del espectáculo y hagamos el paralelismo con el circo. ¿Dónde están las actuales políticas de venta de entradas?: venta anticipada, gestión de venta a grupos, organización de excursiones escolares...; la aplicación de las nuevas tecnologías: ¿cuántos circos en nuestro Estado están presentes en Internet y usan la mensajería electrónica como medio común de comunicación?, pues, muy pocos... casi ninguno; la centralización de las tareas administrativas: ¿qué circo en España cuenta con una oficina central y su respectivo personal cualificado para que se encargue de los numerosos trámites que requiere el buen funcionamiento de una empresa de tales características? Respuesta: ¡uno!; el trabajo transversal y, o, en red: no existe ninguna real agrupación de circos que pueda trabajar, discutir, tomar decisiones o hacer frente común ante cualquier adversidad o, incluso frente a las instituciones o medios de comunicación; la tarea de “fidelidad al público”: a través de encuestas de satisfacción, de envío de "mailings"...; y podríamos continuar con decenas de otros aspectos que hoy ninguna empresa dedicada al ocio puede eludir. Sin embargo, estoy seguro que algunos empresarios de circo –me gustaría pensar que no muchos– desconocen varios de estos conceptos.

En las dinastías circenses existe a menudo un cierto recelo hacia “los de fuera”, pero la verdad es que numerosos empresarios circenses procedentes de mundos extracircenses han conseguido llevar muy lejos a sus empresas; algunos ejemplos: Knut Dahl del “Medrano”; Ben Kalquist, “Maximum”; Raoul Gibault, “Medrano”; Gilbert Edelstein, “Pinder”; Bernard Paul, “Roncalli”; Guy Laliberté, “Soleil”; Kenneth Feld, “Ringling”; José Maria González, “Mundial”... La distancia con que ellos se aproximaron al mundo de la pista les permitió introducir convenientemente estrategias que hasta entonces el circo desconocía. Con ello no queremos decir que no existan directores procedentes de familias circenses que gestionen sus circos de forma moderna y coherente: Ugi De Rochi del “Circo Casartelli” o Christel Sembach del “Krone” son dos ejemplos de directores de empresas diversas y de numerosas propiedades inmobiliarias.

 

Hacia la sociedad del bienestar

La Historia no sólo cumple con su deber de analizar el pasado, sino que, con el conocimiento de éste, observa el presente; ello le permite comprender mejor y apuntar los caminos del futuro. La comunidad de historiadores habla, ya desde los análisis de la revolución industrial, de un hecho que hoy conocemos con el nombre de “sociedad del bienestar”. La fuerza creciente del sector terciario y de los servicios en las sociedades desarrolladas conlleva un aumento progresivo del confort, de la calidad de vida, que favorece un paulatino aumento del tiempo libre. La Historia, que no sólo nos permite aprender de nuestro pasado y presente, sino también del de los demás pueblos, así nos lo demuestra.

A lo largo del presente análisis haremos hincapié en la situación que atraviesa el circo en países de cultura más dinámica, para mejor entender cómo es la nuestra. Sin mayor esfuerzo que el de cruzar los Pirineos, la realidad francesa nos ilustra muy bien sobre la llegada de la sociedad del bienestar y sus consecuencias sobre el sector del ocio.

En los años setenta el panorama circense francés era desolador: la mayoría de los grandes nombres de establecimientos de prestigio o bien simplemente desaparecían o bien se veían obligados a presentar espectáculos de baja calidad. El mismo fenómeno sucedió en España en los ochenta; la popularización de la televisión, los mundiales de fútbol y la llegada de los primeros vídeos ayudaron a hacer desaparecer las grandes empresas circenses: “Feijoo-Castilla”, “Amorós-Silvestrini”, “Circuitos Carcellé”, “Hermanos Tonetti”,...

Nuestros vecinos galos salieron de la crisis progresivamente gracias al aire nuevo que aportó una nueva generación de directores circenses (Gilbert Edelstein del “Cirque Pinder-Jean Richard”, Arlette Gruss, Raoul Gibault del “Cirque Medrano”...) conscientes de la importancia que tenía para el resurgir del “mayor espectáculo del mundo”. Dotaron a sus negocios de una suficiente estructura empresarial que les permitiese difundir una imagen de espectáculo vivo y con suficiente capacidad de atracción para captar todo tipo de públicos.

En España, el circo en lugar de analizar la crisis para luchar contra ella (lo que se consiguió en determinados aspectos con el “Congreso Internacional de Amigos del Circo” celebrado en Madrid en 1988) se adentró en la boca del lobo: los nuevos empresarios (los hermanos González, los Raluy, Ángel Cristo...) al tiempo que veían entrar masivamente empresas de circo de variada importancia, procedentes mayoritariamente de Italia (muchas de las carpas de circo que actualmente viajan por España son de directores italianos), caían, una y otra temporada, en el error de integrar en sus espectáculos parodias de personajes televisivos. En lugar de demostrar que el circo era un espectáculo familiar y de calidad, se generalizó la imagen, tan arraigada todavía hoy en nuestras tierras, de un espectáculo exclusivamente dedicado al público infantil(a lo que la televisión ayudó con la imagen que daba del circo desde sus primeros programas) y mediocre (parásito del impacto mediático de turno en la pequeña pantalla). Durante algo más de una buena década los sufridores amantes del circo de calidad tuvimos que resignarnos con pistas inundadas de todo tipo de bestiario “extra circense”: abejas mayas, panteras rosas, misters T, pitufos... la lista sería interminable.

Ya los romanos decían aquello de “errare humanum est” (equivocarse es humano) a lo que respondían “perseverare diabolicum” (perseverar es diabólico). Afortunadamente, hoy la mayoría de los directores de circo estatales han eliminado ese carnaval tan lamentable que conducía, junto con las “tradicionales rifas y sorteos de juguetes” (sic), a extender una imagen del circo como algo decadente, ramplón y engañoso. Aquellos directores de circo que emplearon dichas artimañas no pueden quejarse hoy de la imagen que el “maravilloso mundo del circo” tiene en España. “Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. Actualmente la mayoría de los empresarios han alejado de sus carpas las parodias televisivas, pocos (que yo sepa tan sólo uno) han suprimido las rifas y sorteos: ¡recuerden lo que decíamos de perseverar...!

En Francia, donde ningún circo que se precie ser de calidad realiza tipo alguno de artimaña comercial dentro de la sala de espectáculos, la sociedad del bienestar avanza de forma mucho más acelerada que en España. A la reciente legislación de las 35 horas laborales semanales (que permite una mayor flexibilidad de horarios y hace posible gestionarse más cómodamente el tiempo libre) le antecedió la ley sobre la creación de los “comités d’entreprise” (los “C.E.”). Dichos comités se establecen en las empresas de más de cincuenta asalariados y a ellos se dirigen numerosas empresas de ocio (viajes, venta de regalos, espectáculos...) para ofrecer productos a precios promocionales.

Observando las tendencias de la sociedad actual, no sería arriesgado hablar del circo de calidad como del espectáculo vivo y directo del futuro: el circo tiene la capacidad de seducir a un abanico muy amplio, pues presenta una importante cantidad de imágenes-emociones muy diversas. Del riesgo del trapecio a la risa del payaso distan sólo unos minutos; un breve espacio de tiempo. Si el vídeo-clip es la experiencia que más se identifica con la filosofía visual de nuestra sociedad, el circo, en un mundo a la conquista de lo auténtico, tiene potencialidad de convertirse en un espectáculo de larga vida.

 

El producto espectáculo: de la atracción al concepto

Si estudiamos el espectáculo circense como producto (“¿qué vende el circo tal?”) nos encontramos con cinco posibilidades:

* El que concentra su publicidad sobre una gran atracción: una “Pinito del Oro”, por ejemplo. El circo siempre, absorbiendo las estrategias de otros medios, tomó buena nota del "star system" de Hollywood y no se contentó en presentar estrellas, sino que fue más allá: las creó. En ello los americanos continúan siendo grandes genios: el “Circo Barnum” ha transformado, a lo largo de su historia, a artistas en discretas giras por el viejo continente (Gunther Gebels Williams, Flavio Togni, Sara Houcke, David Larible...) en leyendas vivientes del “ring”. En España los carteles se llenaban con estrellas como “Taras Bulba”, “Ramper”, el joven Ángel Cristo... El gran crítico de circo que fue Sebastià Gasch generalizaba hablando del público circense español como de espectadores con necesidad de “cabeza de cartel”. En la actualidad, el circo europeo tiene en la persona de José María González Villa, director del “Gran Circo Mundial”, un nuevo Barnum en cuanto se refiere a búsqueda y proyección de atracciones. En los últimos años sus campañas publicitarias se han centrado en grandes atracciones internacionales como: los grupos de tigres blancos de “Aland Gold”, primero, y de “William Bross”, después; el augusto "de soirée" ruso “Alexander Rodin”; el grupo de osos polares de “Ursula Böttcher” o el elefante gigante “Colonel Joe”. Más tarde, en la doma del joven José María González, “Junior”, a imagen de un nuevo Gunther o Flavio Togni.

* El circo que se esfuerza en comunicar un concepto, una forma de entender el espectáculo. Algunos ejemplos: el circo a la antigua usanza (“Alexis Gruss”, “Roncalli”, “Florilegio”, “Raluy”), el circo a tres pistas (“Americano-Togni”, “Europa-Faggioni”...), el circo sobre agua (“Fliegenpliz”), el circo sobre hielo (Ángel Cristo, “de Moscú”),... La sociedad actual vive un proceso rápido de “tematización”. En los últimos tiempos, el sector del ocio busca definir claramente sus productos a través de un tema: rutas turísticas, parques temáticos, paquetes turísticos... En el Estado las primeras experiencias de circo de concepto (idea próxima a lo que mi amigo Pedro Rocamora denomina “circo de autor”) tuvieron suertes diferentes allá por finales de los setenta-principios de los ochenta: además del éxito del “Circo Americano” de tres pistas de Feijoo-Castilla-Togni, del “Circo sobre hielo” de Ángel Cristo o del “Circo sobre agua” de la familia Faggioni, nos encontramos, por ejemplo, con un tímido paso del “Circo acrobático de Pekín” (1985)

* El circo que mezcla los dos ingredientes anteriores y ofrece a la vez concepto y atracción. El “Circo Barnum”, por ejemplo, sería un circo a tres pistas que construye a menudo sus nuevas producciones alrededor de una estrella: de “Gunther Gelbels-Williams” a “Bello Nock”.

* El circo que, no ofreciendo ni un concepto específico ni una atracción especial, basa su campaña de comunicación en su propio nombre, que año tras año ha forjado en sinónimo de calidad: “Krone”, “Pinder”, “Nock”... Nos encontramos en este caso con el concepto de “marca”: asociar a un nombre propio, fácil de retener, una imagen corporativa y de calidad. En España pocas han sido las empresas que han conseguido acuñar un nombre relevante en la memoria del espectador: “Price”, “Americano” y Ángel Cristo. La mayoría de nuestros circos, poco conscientes de la importancia de ser fieles a un público que identifique un nombre propio con un programa de calidad totalmente cambiado cada temporada, han reincidido en el error de bautizarse con nombres geográficos: así un circo de calidad como "Mundial” se confunde con cualquier otro que se denomine “Internacional”, “Universal”, “Monumental”, “Continental”... En cambio, circos como “Raluy” o “Quirós”, con una buena comunicación, llegarían a fijar bien su “Marca” en la mente de sus espectadores. En Francia los nombres “Pinder”, “Gruss”, “Zavatta”, “Bouglione”, “Amar”; como en suiza “Knie” o “Nock”; o en Alemania “Krone”, “Roncalli” o "Barnum”, no necesitan ni colocar la palabra “circo” (ni los adjetivos “gran”, “colosal”...) delante de su nombre, pues éste es su identificación como “circo de calidad”.

* El circo que no ofrece nada de todo lo anterior. La mayor parte de nuestros circos se caracterizan por no comercializar una estrella-atracción, por no presentar-comunicar un concepto distinto y por carecer de una imagen de marca. Si el marketing y la publicidad han tenido siempre sus principales teóricos en Estados Unidos, no es casual que el centenario “Ringling Bros. And Barnum & Bailey Circus” sea, en cuanto a producto se refiere, un modelo sin igual: la familia Feld, actuales directores del “Greatest Show on the Earth”, conjugan en su mejor empresa un concepto (el grandilocuente circo a tres pistas), la estrella (cada programa se centra en una estrella-tema) y la marca (los nombres de “ Ringling” y de “Barnum” son sinónimos de circo de calidad para el público estadounidense.

Finalmente, debemos tener en cuenta que no todo “concepto” es válido para cualquier público. En el viejo continente el público del norte gusta de productos distintos del meridional: los circos a la antigua nunca han triunfado en las regiones del sur (“Roncalli” no se aleja de Alemania; “Florilegio” triunfa en Holanda y Bélgica, pero fracasa en el sur de Italia; “Raluy” funciona en el norte de la península pero trabaja tímidamente en Andalucía); en cambio, los circos a tres pistas reciben buena aceptación en las regiones del sur (el circo de la familia Faggioni tiene buena acogida en el sur de España, o el “Circo Città di Roma” triunfa en Sicilia); incluso el coloso “Cirque du Soleil” fracasó con su espectáculo “Quidam” en Valencia, mientras obtuvo resultados satisfactorios en Madrid, Barcelona y Bilbao.

 

Circo, marketing y “merchandising”

En España el circo se halla todavía anclando en las rifas, sorteos y artimañas varias, otro aspecto en el que nuestra “empresa del ocio” no se encuentra a la altura del resto de industrias de la diversión. ¿Se imaginan ustedes un sorteo de cintas de vídeo antes de una sesión de cine? ¿O de la obra completa del Cossío antes de una corrida de San Isidro? Difícil, ¿verdad? Por el contrario fíjense en sus salidas al cine, al museo, a los parques de atracciones y se darán cuenta que a la oferta base (película, exposición, atracciones) se le suman numerosas ofertas derivadas: restaurante, bar, librería, tiendas, golosinas...

Cierto es que en los circos también encontramos generalmente un bar o cafetería pero su estrategia de venta y de productos derivados es prácticamente nula. Lo primero a tener en cuenta es que el cliente del bar-tienda del circo acude (antes o después de la función, y con mayor probabilidad en el entreacto) y de forma dispersa (salvo en el caso de lluvia, los espectadores no se concentran en la carpa-vestíbulo, si esta existe). Ante este hecho hay que adaptar la venta en dos sentidos: por un lado, la multiplicación de los puntos de venta y, por otro, la especialización de los anteriores. Con ello se consigue una idea de feria (varios carritos, bares, tenderetes...) agradable al consumidor que se dirige a comprar únicamente a aquellos puntos donde el producto le interesa (algodón, palomitas, crepes, perritos calientes, bebidas, librería, insignias,...) reduciendo así colas y, por lo tanto, esperas.

Además de los puntos de venta estáticos, el circo debe contar con las cestas de venta para ofrecer los productos a los espectadores que se encuentran bajo la carpa antes de la representación o durante el descanso. Existen varias estrategias de venta en lo que se refiere a las cestas. El “Circo Pinder”, por ejemplo, además de otros muchos artículos, pone a la venta el banderín del circo a 10 francos y el muñequito luminoso a 40; pero con la astucia siguiente: el luminoso sólo se vende durante el descanso, de manera que una vez comprado el banderín (antes de la función, por un módico precio) los padres aceptan gastar más por la insignia; mientras que si regalaran a su hijo directamente el luminoso, se mostrarían más reacios para adquirir después el banderín, alegando lo de “calla niño que ya tienes bastante con la linternita”.

Los empresarios de circo saben bien que una buena gestión de las ofertas derivadas produce sabrosos beneficios, a menudo ni siquiera declarados o bien sólo parcialmente. Por ello determinadas empresas (“Charles Knie” o “Fliegenpilz” de Alemania, entre tantos otros) no dudan en llenar sus carpas de invitaciones, ya que gracias a una “concesión” (nombre que se da en el argot circense a las ventas) bien estructurada los beneficios pueden ser importantes.

 

Proyección exterior y búsqueda de errores

A diferencia del resto de productos que encontramos dentro del sector del ocio (espectáculos, viajes...) nuestros circos no ofrecen a su público la suficiente información para poderse elaborar una idea-expectativa de aquello que se le ofrece. En otros términos: acostumbramos a asistir a una plaza de toros de acuerdo con un cartel determinado de toreros; vamos a ver a una determinada película porque podemos leer en cualquier medio de información su argumento, director e intérpretes; igual ocurre con el teatro; hacemos un viaje a un destino en concreto porque la agencia nos proporciona fotos e información suficiente para seducirnos. Pero...¿y el circo, en todo esto? ¿Qué diferencia se encuentra entre el cartel del “Circo X”, que emplea el mismo payaso (que usa desde hace más de diez temporadas), y el del “Z”. ¿Qué ofrece exteriormente de distinto, de seductor, un circo respecto de otro? Nada.

Nuestros circos deberían empezar el duro camino de educar a su público. Que el espectador ya no pueda decir lleno de ignorancia “vamos al circo”, sino “ hoy iremos a ver el ‘Circo Y’ por esto, y allí veremos eso y aquello”. Aprender a diferenciar, escoger, ser selectivos. ¿Por qué el público va indistintamente a ver cualquier circo y en cambio no hace lo mismo con el cine, el teatro o los toros? Por desinformación.

Cuando el “Circo Arlette Gruss” francés empezó su andadura por las carreteras del hexágono repletas de espectáculos circenses mediocres escribía en sus carteles “Avec nous faites la difference” (“Nosotros marcamos la diferencia”). De eso se trata: que los circos de calidad se desmarquen, pero no sólo en ofrecer un buen espectáculo, sino en saber “venderlo”, saber comunicarlo. Este hecho pasa por una persona tan imprescindible como inexistente en nuestros circos: “el jefe de prensa” o el “relaciones públicas”, que debe difundir la imagen del circo: sus características, sus números, su filosofía artística, su historia, sus peculiaridades; quien debe saberlo todo sobre la imagen de la empresa (o así aparentarlo) y explicarlo con honradez, astucia y brillo en los ojos, haciendo soñar con sus verdades a su interlocutor (del alcalde hasta el periodista, pasando por cualquier espectador potencial). Cuando así sucede el “Circo Y” deja de ser un desconocido para convertirse en un circo con “toreros de cartel”, “argumento” y, sobretodo, magia.

En nuestra sociedad de la imagen ya no es válido limitarse a cubrir (a menudo, ensuciar) las paredes y fachadas de fluorescentes carteles con motivos de más o menos buen gusto por lo que a diseño se refiere. La imagen de una empresa se extiende a todos los detalles: desde el vestuario del representante o del director hasta la política de descuentos y, o, tarifas de precios que el circo aplica. No es lo mismo dar un “vale de descuento de 200 pesetas para cualquier localidad” que practicar un “entran tres, pagan dos”. En el primer caso, devaluamos nuestro producto, lo rebajamos; en el segundo, estamos haciendo un regalo al espectador.

Lamentablemente muchos de nuestros circos limitan la importancia que debe darse a la proyección de la empresa a la grandiosidad y pulcritud de su material itinerante: grandes carpas que su política comercial nunca llenará, nuevos camiones innecesarios... Es preciso entender de forma global el concepto de calidad: de poco sirve que se ofrezca un material espléndido, un espectáculo sensacional, una buena campaña de comunicación, si en el momento de la rueda de prensa se presenta un director que habla con dificultades, viste mal y muestra pocas atenciones hacia los periodistas.

En definitiva, la empresa circense, no contenta con poder ofrecer una buena imagen global, debe aprender a comunicarla; lo que requiere una organización / gestión de calidad, que tratamos en las próximas líneas.

 

El mayor espectáculo del mundo con la menor organización

El mayor secreto del éxito de los grandes circos europeos y americanos reside en su gira. Basta con contemplar los itinerarios de las empresas circenses más notables (“Knie”, “Nock”, “Pinder”, “Arlette Gruss”, “Medrano”, “Maximum”, “Ringling”...) para darnos cuenta que año tras año visitan las mismas ciudades en las mismas fechas ofreciendo un espectáculo totalmente renovado. Esta estrategia de “fidelidad al público” permite realizar un meticuloso trabajo de observación de comportamientos.

En primer lugar, todo se basa en la construcción de una gira inteligente que, como si de una escultura se tratara, se irá puliendo y modificando año tras año. Según el éxito obtenido en una localidad determinada, en la temporada siguiente se alargará o acortará su estancia, llegando incluso a sustituir una población con malos resultados económicos por otra que, potencialmente, ofrezca más garantías. Resumiendo: el secreto y la riqueza de cualquier gran circo radica en la posesión de una gira bien construida.

Sobre la base de la gira entrarán en juego el resto de elementos: el trabajo del jefe de prensa / relaciones públicas, de los comerciales (venta de entradas anticipada, a grupos, a escolares...), de los gestores...

Este trabajo minucioso y especializado necesita de un equipo formado para tal fin, que pueda operar de forma transversal en un espacio físico adecuado, que no será otro que el de las oficinas centrales del circo. Esta formula permite: poder contar con personas de alta formación que se negarían a llevar una vida itinerante, beneficiarse de las nuevas tecnologías de forma práctica (fax, Internet...), establecer un ámbito permanente (dirección) donde cualquiera de los interlocutores del circo pueda dirigirse...

Llegados a este punto de nuestra reflexión hay quien podría cuestionarse la inversión que dicha organización supone para un circo. La historia y la actualidad circenses nos demuestran que los beneficios obtenidos con una gestión inteligente, que puede ir desarrollándose paulatinamente, superan con creces los costes de personal y alquiler / compra de unos despachos.

 

Dificultades actuales del circo en España

Durante las líneas anteriores hemos visto cómo nuestros circos son, en su mayoría, víctimas de sus errores pasados. En otras palabras: las causas de la crisis del circo en España tienen que buscarse ante todo en el mismo circo. Es tan fácil traspasar la culpa a los factores externos (televisión, vídeo, otras empresas de ocio...) como ver la paja en el ojo ajeno y no darse cuenta de la viga que tiene el suyo.

A pesar de ello, no negaremos que los circos del Estado deben hacer frente a: un nivel de vida inferior al resto de los países más desarrollados de la Unión Europea (el espectador del Estado paga menos para ver atracciones que proceden del mercado internacional); la inexistencia de una ley de grupos de empresa que facilite la organización de galas; una mayor dificultad de emplazamientos aptos para plantar las carpas (incluso en el caso de circos de solera como “Raluy”, “Mundial” o “Soleil”); problemas para organizar una gira completa debido al poco compromiso de ciertos municipios (no aseguran que otro circo no pueda actuar poco antes de las fechas reservadas)...

En definitiva , si el circo español pretende reconquistar a su público, el único camino no es otro que el de volver a ganar su confianza: demostrar que se ha cambiado para bien.

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